lunes, 26 de diciembre de 2011

Catedral de Santiago, Bilbao bien vale una misa

Algunos edificios, al igual que algunas formaciones geológicas sorprendentes, comparten su origen el la acumulación de capas o sedimentos. La Catedral del Casco Viejo es uno de esos casos; desde el siglo XV, una cadena de reformas, restauraciones y añadidos han venido de la mano de un surtido grupo de arquitectos; desde los más recientes Joseba Rementería y Rafael Purroy (2000), hasta nuestros sospechosos habituales; Manuel Galíndez (1925-1930) y Severino Achúcarro (finales s. XIX).

El producto final responde al apelativo genérico de gótico aunque el observador más erudito disfrutará con otros sabores más sutiles como el neogótico, el tardogótico o el exuberante gótico florido. La Catedral de Santiago comparte con otras obras de su estilo, esa sensación de máquina compleja, con demasiadas piezas o demasiados nombres que nos ahogan. La mera enumeración de sus partes, la sucesión de triforios, arbotantes, girolas  y cruceros nos hacen desear el borrar de nuestra mente todos esos conceptos, olvidarnos de la ingeniería medieval, y quedarnos con la luz, la atmósfera y el sosiego interior.

Esta Catedral aporta tal vez una nueva variante al amplio catálogo del estilo gótico, algo así como gótico bilbaíno, que consiste en adosar un tremendo pórtico que proteja a nuestros feligreses de la inevitable lluvia bendita.

Catedral de Santiago
Plaza de Santiago – Casco Viejo

sábado, 24 de diciembre de 2011

Estación de La Concordia, Bilbao – Baden Baden


El espíritu positivo y feliz de la Belle Époque envuelve la estación de La Concordia de Severino Achúcarro (1898).  El optimismo inquieto de la época conseguía hacernos sentir que un anodino trayecto en ferrocarril podía ser como un inolvidable viaje a los balnearios de Baden Baden.

La ostentación de color y la combinación atrevida y exuberante de estilos creada por Achúcarro permitió algún momento mágico, como el regalar a los viajeros que esperan en el andén una magnífica columnata sobre la ría, mirador desde el que despedirse de la ciudad, de los amigo o incluso tirar confeti como en las partidas de los grandes transatlánticos.

El modernismo cromático de la fachada y el eclecticismo general del conjunto recrean a la perfección el ambiente de aquellos años dorados y cuando los últimos vagones abandonan la estación todavía es posible una mirada a las mansardas afrancesadas del elegante edificio de oficinas que remata la estación.

La luz de la Belle Époque aún iluminó Europa hasta el comienzo de la Primera Guerra mundial, pero Severino Achúcarro terminó su estación en 1998, año en el que se perdió lo que quedaba del imperio colonial y el viaje que nos tocó comenzar en el siglo XX no fue precisamente para tomar los baños.

Estación de La Concordia
Bailén 2

viernes, 16 de diciembre de 2011

Parque de Doña Casilda, modales y buena educación

Alexander Kinglake, viajero flemático y curioso y tal vez el más brillante de los historiadores militares, nos cuenta que mientras atravesaba con desgana alguno de los desiertos que abrasan las geografías del Cercano Oriente, vio acercarse desde la lejanía un solitario viajero acompañado por su sirviente.

Al cabo de un tiempo se apercibió de que también era un occidental. Poco antes de cruzarse y pese ha llevar varios días sin ver a nadie salvo a su propio criado, Kinglake decidió que no era necesario detenerse, empujado quizá por la inercia, la languidez o simplemente el hábito de sus paseos por los parques de Londres, y que bastaba una leve inclinación de cabeza. El desconocido respondió gentilmente de la misma manera y ambos continuaron su ensimismado camino por el desierto.

Los grandes parques londinenses han sido capaces de modelar los hábitos corteses de muchas generaciones de británicos y cabe preguntarse si el de Doña Casilda ejercerá en los bilbaínos una influencia similar. Las fuentes, paseos y alamedas creadas por Ricardo Bastida y Juan Eguiraun (1907) han recreado con detalle ese aire casi victoriano y Bilbao ofrece también en ocasiones magníficas réplicas del peor tiempo inglés.

Un breve paseo por el parque de Doña Casilda basta para recordarnos lo que un puñado de árboles puede conseguir.

Foto: wikipedia

martes, 13 de diciembre de 2011

Estación de Abando, un tren de lejanías

Hay lugares que no son el remedio contra la melancolía. Si atravesamos un día deslucido y el pájaro de la tristeza busca anidar en nuestra cabeza, mejor que nos mantengamos alejados de la estación de Abando. 

La arquitectura del régimen pobló España de muchos edificios administrativos y funcionales similares a este de Alfonso Fungairiño (1941-1950), de los que, más allá del clasicismo sin vida, solo quedan unas cáscaras huecas llena de legajos y puños raídos.

La tristeza de aquellos años se eleva sobre el desganado conjunto de paramentos almohadillados, frontones y pesadumbre. Ni siquiera la estructura metálica que cubre la nave central, aprisionada entre aburridas fachadas laterales, puede aportar gracilidad al conjunto.

La memoria de la emigración de los años cincuenta acecha los andenes y cuando el penetrante silbido de la locomotora anunciaba la partida del tren, renace la promesa de un futuro mejor en un país lejano, entre una abundancia de prosperidad, trabajo y salchichas de Frankfurt.

Estación de Abando
Plaza Circular 2

Foto: wikipedia

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Plaza Moyúa, esplendor geométrico

El trasiego ajetreado de la Gran Vía queda en suspensión una vez que se cruzan los lindes de la Plaza Moyúa. Allí se hace realidad el viejo deseo de doblegar la naturaleza a fuerza de tiralíneas y voluntad.

Los sueños de la razón, cuando no están ocupados en producir monstruos, pueden crear esplendidos jardines de estilo francés como los de Versalles o esta encantadora miniatura que es Moyúa. Fuera del perímetro elíptico de la plaza todo es caos, plusvalía o desesperación. Dentro, podemos dejar todo eso atrás o por lo menos mantener la ficción de que podemos hacerlo. El impecable trazado de los parterres o quizá el rumor de la fuente nos proporcionan algo de sosiego y la geometría inevitable del lugar nos invitan a imaginar un mundo exterior también gobernado por el orden y la razón.

La gastada metáfora del oasis tal vez tenga otra oportunidad aquí, siempre que no nos dejemos llevar por la premura cuando cruzamos Moyúa y nos regalemos unos minutos sentados en los bancos de piedra.

El tiempo se ha detenido por unos momentos y el efecto puede que haya sido balsámico, pero al salir nos damos cuenta con horror de que los monstruos siguen donde los dejamos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Edificio RAG; limpieza, sentido y sensibilidad

Las ciudades, como todos nosotros, se ven obligadas a veces a limpiar el trastero. Este hábito saludable e higiénico acaba en ocasiones en pequeñas calamidades o en grandes disgustos. Cuando el que limpia no es el mismo que el que ha guardado, la intención puede ser diferente y hasta aquella colección de viejos vinilos de Fleetwood Mac puede terminar en el contenedor.

Los intereses mercantiles y los del ciudadano con sentido y sensibilidad tampoco parecen coincidir en el edificio del RAG. Esta notable pieza racionalista de Diego Basterra (1933) va a terminar en la escombrera, o en donde quiera que vaya la buena arquitectura una vez que sucumbe a la piqueta. Tal vez estas cosas son inevitables, tal vez la dinámica de las ciudades es renunciar a lo malo y también a lo bueno.

En cualquier caso, vamos a echar de menos ese pequeño rinconcito Bauhaus que tenía Bilbao. Recuerdo de un pasado industrial, cuando apenas quedan ya vestigios dentro de la ciudad y ejemplo representativo de un estilo racionalista plagado de curvas y blancos luminosos.

Los viejos cacharros acaban a veces ante la indiferencia del trapero cuando podrían haber sido el gozo del anticuario.

Edificio RAG (In Memoriam)
Alda . de Rekalde esquina Fdez. del Campo

Foto: elcorreo.com

viernes, 2 de diciembre de 2011

Sede del antiguo Banco de Vizcaya; la banca, como siempre, a su aire

Los brillos rosados que irradia este lustroso adoquín profetizan tal vez un futuro del mismo color. O al menos así se pudo entender en 1970, cuando se inauguró este rascacielos para el Banco de Vizcaya por obra y gracia de los arquitectos Torres, Casanueva y Chapa, y cuando las grandes empresas planificaban el futuro con la vista puesta en los siguientes 30 o 40 años. Hoy la situación más allá de 30 meses es insondable y 3 meses ya es casi largo plazo.

Los dos volúmenes de esta torre fueron creados para albergar una legión de oficinistas como los que poblaban los páramos cubiertos de mesas de aquella compañía de seguros imaginada por Billy Wilder en “El apartamento”. Ahora los tiempos han cambiado y en esos inmensos espacios ya no resuenan los traqueteos de las máquinas sumadoras ni los escarceos de Jack Lemmon y Shirley Maclaine. Pero si nos queda la frialdad del estilo internacional de este edificio que como tantos otros similares, solo ofrecen ya apenas unos juegos de luz. El racionalismo, cuando cambia de escala y tiende al gigantismo, pierde la humanidad y mucha de la elegancia que es al final su esencia.

La arrogancia económica de finales de los sesenta propició o permitió la ruptura de muchas de las tradiciones urbanísticas del ensanche bilbaíno. Las normas del decoro arquitectónico sucumbieron a las formas, estilo y altura de un edificio impulsado por una banca, que como en tantas ocasiones, se ha sentido de otra raza o de otro mundo, sin sujeción a las leyes humanas y sin contar, por desgracia, con Shirley Maclaine como empleada.

Sede del antiguo Banco de Vizcaya
Plaza Circular

Foto: wikipedia

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Sede del BBVA en Gran Vía, el poderoso influjo del interés compuesto


El negocio bancario ha sido ajeno a las revoluciones y vaivenes de los últimos siglos. No ha variado apenas desde que mercaderes florentinos negociaban moneda y letras de cambio en unos sencillos bancos de madera en plena calle, que por eso los llamamos bancos ahora.

La banca se ha mantenido siempre fiel a sí misma porque siempre emplea los mismos principios, que son los que parecen animar también la sede del BBVA, creada por Pedro Guimón en 1919.

El compás que permite navegar entre los más peligrosos bajíos financieros es la diversificación, apostar a todo, con la esperanza de que algo acabe funcionando o en el peor de los casos, si algo sale mal, que no sea letal. El edificio del BBVA parece inclinarse hacia ese razonable principio económico, dedicando porciones del mismo a todos los estilos relevantes, y permitiéndonos recorrer con un golpe de vista toda la historia de la arquitectura, desde los griegos al barroco aunque tal vez echemos en falta a los magníficos egipcios.

El segundo gran principio bancario es el interés compuesto, la fuerza más poderosa del universo según Albert Einstein. Auténtico motor que hace crecer el dinero, lo mismo que ha sucedido con las columnatas corintias laterales que parecen haber alcanzado proporciones metafóricamente prodigiosas con el paso del tiempo.

La inspiración antigua culmina con el templete superior del chaflán de entrada donde el dios Mercurio, antiguo mensajero de los dioses, añora los tiempos cuando señoreaba sobre los paseantes de Gran Vía y quizá lamente su triste papel actual, de pobre recadero de “los de arriba”, transmitiendo un lacónico: “lo sentimos, su propuesta no ha sido aceptada”.

Sede BBVA
Gran Vía esquina Alameda de Mazarredo

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Clínica IMQ en Zorrozaurre, medicina del siglo XXI

Le Corbusier, el gran arquitecto “pop” del racionalismo, definió en alguna ocasión la casa como una máquina de vivir; la nueva clínica del IMQ tal nos lleve a preguntarnos si existe también una arquitectura para curar.

El aspecto limpio y bruñido de la obra de los arquitectos Carlos Ferrater, Alfonso Casares y Luis Domínguez nos recuerda a esas máquinas médicas de poderosa tecnología alemana que adornan y quizás justifican los mejores hospitales del mundo. Los múltiples pilares de las partes bajas del edificio imponen un ritmo trepidante e higiénico donde casi podemos imaginar a los pacientes desplazados por una cinta transportadora en una interminable sucesión de pruebas, señales luminosas y códigos de barras. Solo las líneas horizontales del cuerpo central de la clínica parecen ofrecer algo de reposo. Pero las agudas y erizadas esquinas acaban alejando cualquier posibilidad de sosiego.

Puede que la medicina del futuro sea así, rápida y eficaz como este edificio, pero  también incapaz de conjugar el verbo convalecer, esa parte de la curación que antes era un arte y no es mucho más que paseos en zapatillas y bata de cuadros, luz, algo de conversación y el verde de una planta.

Foto: Imq

domingo, 9 de octubre de 2011

Edificio de viviendas en Alameda de Urquijo, los maravillosos años 30

Los años treinta fueran una década para el olvido, triste corolario de la crisis de 1929, y feroz ensayo de lo que luego sucedió en los cuarenta. Pero esos años broncos fueron también triunfales para la arquitectura del ensanche, con una sucesión de obras magníficas producidas por la mejor generación de arquitectos que ha conocido Bilbao.

Cuando el talento y la creatividad, como a veces el amor, están en el ambiente, hasta los encargos más anodinos muestran inspiración. Una sencilla medianera en la Alameda de Urquijo permite recrear a Anastasio Arguinzóniz (1934) un juego de volúmenes curvos y líneas horizontales que insinúan movimiento y dirección, frente la estatismo de las fachadas colindantes.

El acrisolado y simple racionalismo de este edificio, como tantos otros de su estilo, no necesita sucumbir a la erótica del diseño para ofrecernos la emoción más pura que puede dar la arquitectura, la elegancia.

Edificio de viviendas
Alameda de Urquijo 54

sábado, 8 de octubre de 2011

Teatro Campos Elíseos, la sabiduría de la contención


El modernismo garrapiñado de la fachada del Teatro Campos Elíseos ha propiciado entre los bilbaínos el apelativo popular de “La Bombonera”. Y como los bombones, este es un edificio que hay que degustar con tiento.

El crujiente chocolate blanco que recubre el teatro puede llevarnos al empalago como cuando al abrir una caja de bombones, cruzamos esa línea invisible que separa el placer o el premio merecido de la más miserable intemperancia.

La exposición prolongada al modernismo puede producir efectos similares al abuso del chocolate. Afortunadamente la geografía bilbaína nos ofrece los oportunos cortafuegos; la poco frecuentada calle Bertendona convierte las visitas al teatro en algo esporádico y sujeto a las leyes del azar, también, la escasez de modernismo en Bilbao hace que un encuentro fortuito con La Bombonera sea una experiencia inusual y placentera.  

Alfredo Acebal y Jean Baptiste Darroguy (1902) nos han dejado un dulce legado, para que los bilbaínos lo degustemos con inteligencia.

Teatro Campos Elíseos
Calle Bertendona

martes, 4 de octubre de 2011

Edificio de viviendas en Ercilla, marinero en tierra

Edificios como el de la calle Ercilla de Rafael Fontán (1943), son de los que convierten a sus autores en algo más que una nota a pie de página en la historia de la arquitectura bilbaína.

El fino racionalismo de Fontán tiene ese aire naval, casi de ingeniería, que comparten muchos de los mejores ejemplos de la escuela racionalista. Las curvaturas y el predominio de líneas horizontales nos trasladan a las despejadas cubiertas de los grandes transatlánticos de la Cunard de la primera mitad del siglo XX. Los pasamanos de tubo metálico ahondan en ese efecto y nos ofrecen un asidero firme en los días de viento duro del nordeste.

El ángulo agudo de la planta configura la proa del edificio que queda rematada en la cabina-torre del piloto. Todo el conjunto transmite una sensación de movimiento  plácido e ineludible, cuyo destino final, tal vez solo lo supo aquel arquitecto marítimo y sensible que fue Rafael Fontán.

Edificio de viviendas en Ercilla
Ercilla 43

domingo, 2 de octubre de 2011

Chalet de Luis Allende, últimas tardes en La Habana

La desenvoltura de Leonardo Rucabado en la preparación de platos de alta arquitectura montañesa, alcanza la gloria en el barrio de Indautxu. El aderezo principal del Chalet de Luis Allende (1910) es el sabor de las casas de indianos que jalonan Cantabria.

Rucabado replica con gracia todos los elementos de aquellos palacetes que eran el trofeo de emigrantes regresados a sus pueblos de la niñez después de hacer las Américas, y dispuestos a mostrar a sus vecinos, que dentro de los baúles traían algo más que buenos recuerdos.

El juego de la ostentación de aquellas casonas comienza con la entrada a través de grandes portalones y con los escudos de dudosa heráldica. La fanfarria continua con los potentes aleros, entramados de vigas de madera y la culminación con una arrogante torre en esquina que grita “yo lo conseguí”. Los soportales tal vez añaden el recuerdo de suaves atardeceres de habanos y ron en Cuba o Venezuela. Quizá por eso, la palmera no suele faltar en la recreación de aquellos momentos memorables.

Esa idea de la arquitectura, como vehículo de exhibición de riqueza, sigue vigente aunque con otros sabores. Pero el caso concreto de las viviendas de indianos ya es historia. Por eso, los edificios vecinos que asfixian este palacete de Rucabado, nos lo terminan exhibiendo como en la gigantesca hornacina de un museo.

Chalet de Luis Allende
Simón Bolivar 1 - Indautxu

viernes, 30 de septiembre de 2011

Estación de Atxuri, viaje a ninguna parte

Los viajes ya no tienen la lírica de antaño, apenas se han reducido a un problema de algebra que busca el camino más corto entre dos puntos. Pero hubo un tiempo, no tan lejano, en el que los viajeros disfrutaban del trayecto tanto o más que del llegar a su destino. Las grandes estaciones de ferrocarril del siglo XIX y de principios del XX son parte de esa tradición.

Cuando se entraba en lo amplios vestíbulos de esas estaciones; los sonidos, el ambiente y hasta los olores hacían sentir que el viaje o la aventura había comenzado. Muchas de esas estaciones tenían fuerza evocadora espacial y temporal. Ahora estamos aquí y mañana en otra parte, a ser posible bajo un sol generoso y frente a un mar azul. El afán de muchos arquitectos ha sido desde entonces el poder destilar en piedra y hormigón la esencia evocadora del movimiento sugerido.

El maestro Manuel María de Smith parece ajeno a todo eso. Su estación de Atxuri (1912) es un eslabón más dentro de la cadena de obras regionalistas que sorprenden la geografía vizcaína. El estilo vasco y montañés de la estación se transforma en puro medievalismo de estilo casi militar con las pequeñas ventanas, el efecto almenado y la poderosa torre. Si hay alguna construcción estática e inamovible en la historia de la arquitectura, es el castillo medieval.

La ventaja de ser un maestro como Smith es que toda la trayectoria profesional es estable y de gran calidad. A la estación de Atxuri tampoco le faltan méritos dentro de su estilo retro, pero en cuanto a capacidad evocadora para el viajero, tal vez le deje a más de uno con ganas de quedarse en casa.

Foto: wikimapia

martes, 27 de septiembre de 2011

Torres Isozaki, unas escaleras de cine

Puede que lo más destacable del conjunto urbano formado por las Torres de Isozaki (2007) sea su amplia escalinata, un elemento que no es arquitectura en sentido estricto. Y cuando la anécdota o la parte superan al todo, la sensación de oportunidad perdida es inevitable.

Los ingredientes para haber logrado una obra de gran simbolismo están ahí, los dos bloques de vidrio enmarcan una escalinata que enlaza los altos de Mazarredo con el muelle de Uribitarte. Recuerda la escalera que aparece en El Acorazado Potemkin de Eisenstein, que conecta una zona ajardinada de la ciudad de Odessa con los muelles del Mar Negro. Reconforta además la ausencia de las implacables bayonetas zaristas empujando al pueblo ruso hacia el mar.

Arata Isozaki e Iñaki Aurrekoetxea emplean unos volúmenes maclados en la mitad inferior de las torres con la intención de añadir algo de vibración estética a sus desnudos monolitos de cristal. El efecto pirotécnico de este artificio desaparece pronto pero la humareda creada enturbia lo que podían haber sido dos jambas magníficas, limpias y relucientes para la gran escalinata.

Las Torres de Isozaki simbolizan o esbozan una puerta, un punto de entrada inverosímil a la ciudad y la pasarela de Calatrava también contribuye a disipar el efecto destrozando la perspectiva. El lugar idóneo para contemplar las torres es desde el lado opuesto de la ría, pero la pasarela estorba la visón del conjunto.

Esta obra arquitectónica, tal vez desnuda de algunos de sus elementos, podría haber sido evocadora, o quizá todo es intencionado, porque como decía Oscar Wilde, los mejores placeres son los que nos dejan ligeramente insatisfechos.

Torres Isozaki (Isozaki Atea)
Paseo de Uribitarte

Fotos: wikipedia

viernes, 23 de septiembre de 2011

Iglesia de San Nicolás, el sombrero de tres picos

La Iglesia de San Nicolás es el contrapunto religioso del Teatro Arriaga. Ambas ocupan los extremos del Arenal bilbaíno y frente al neobarroco montaraz del Arriaga, San Nicolás nos sosiega con su estilo barroco auténtico y crepuscular, que preludia un neoclasicismo ya inminente.

Los dos edificios lucen enormes tambores en sus cubiertas, el del teatro cubre el patio de butacas y el de la iglesia una gran cúpula semiesférica. Tenemos así dos escenarios que se enfrentan en el Arenal, uno especializado en la lírica y otro en la mística.

Pero también esta iglesia del siglo XVIII, muy bien ejecutada por Ignacio de Ibero, pudo ser un lugar de encuentro en aquel siglo de la ilustración. Los porches que la flanquean seguro que ofrecieron cobijo en los días inclementes a tratantes de ganado bien alimentados, pescadores y quizás algunos gentilhombres con sus casacas, polainas y sus sombreros de tres picos.

Algunos de aquellos hombres tal vez fueron incipientes capitanes del comercio que a lo mejor comenzaban a imaginar una ciudad.

Foto: wikimapia.org


miércoles, 21 de septiembre de 2011

La Plaza Nueva, Mediterráneo

Bilbao también puede ser una canción de Serrat. El mundo entresoñado de Joan Manuel Serrat de playas, barcas y mujeres perfumaditas de brea puede ser posible en la Plaza Nueva. En ocasiones, en eso días limpios de azul nordeste, este apacible cuadrilátero del Casco Viejo puede insinuarnos la vida de una ciudad mediterránea.

La plaza, iniciada por Silvestre Pérez y continuada por otros arquitectos hasta su finalización en 1851, refleja en sus fachadas la tranquila elegancia neoclásica de cualquier mañana de primavera.

La retórica mediterránea se acentúa con la animación de las terrazas, el verde de las palmeras y las ventanas con celosías de lamas, que buscan proteger las viviendas del un improbable sol cegador.

Algunos días la ensoñación es posible y sentados en una terraza, las cervezas saben a mar.

Foto: wikimapia.org

lunes, 19 de septiembre de 2011

Puppy, el perro del Guggenheim, David contra Goliat

Un enorme racimo de flores con forma de perro frente a un museo ultramoderno difícilmente puede ser clasificado como arquitectura. No por lo menos en el sentido tradicional de un espacio interno dentro de un conjunto de paredes. Aunque, según esta concepción cercenada de la arquitectura, tampoco lo serían los obeliscos del antiguo Egipto, y sin embargo, desde hace miles de años son la sal y la pimienta de los paisajes arquitectónicos de Luxor y Karnak.

Así, el Puppy de Jeff Koons (1992), podría ser incluido dentro del gran catálogo de arquitectura moderna que nos ofrece Bilbao. Puppy nació como un apéndice efímero de una obra gigantesca y con su pose serena y textura refrescante, ha mantenido una lucha privada contra el Guggenheim por ganarse la simpatía de bilbaínos y turistas. La piedra que ha arrojado este pequeño David ha sido el encanto, ya que como opinaba Stevenson, sin encanto una obra artística no es nada. Goliat ha sido derrotado y las fugaces flores de este cautivador perrito puede que ya hayan alcanzado gloria eterna.

Y como premio, al Puppy de Jeff Koons siempre le ofrecerá el Guggenheim, sirviéndole de fondo, el más merecido y suntuoso de los marco de hojalata.

Foto: guggenheim-bilbao.es

viernes, 16 de septiembre de 2011

Estación de metro de Sarriko, del románico al gótico

El túnel es la lengua franca de todas las tribus de metros que horadan las grandes capitales. La lógica constructiva de las bóvedas de cañón semicilíndricas, o más o menos elípticas, modela las estaciones  de todo el mundo. Lo mismo sucede en la mayoría de las creadas por Norman Foster, con alguna excepción inmortal como la de Sarriko.

El vértigo diario del metro alterna con precisión una vorágine de prisas con la calma y recogimiento de la tranquila espera en los andenes. El talante de cada uno nos lleva al diálogo o a la introspección, y para ello nada mejor que el recogimiento envolvente de las bóvedas, como descubrieron hace más de mil años los maestros de obras de las iglesias románicas.

El gótico lo cambió todo, nos pasó de una religión pegada al suelo, a la elevación física y espiritual de los arcos ojivales. La luz y las vidrieras sustituyeron a la oscuridad y a las opresivas pinturas románicas.  Ese pequeño milagro también ocurre en la estación de Sarriko.

Los andenes como las naves de una catedral, la altura, la luz. El espacio entre el recogimiento ensimismado y la mística, es mínimo en Sarriko. Y a diferencia de las antiguas catedrales, donde la elevación del espíritu era solo una metáfora, en Sarriko disponemos, gracias a Norman Foster, de una interminable escalera mecánica que se eleva hacia los cielos y hacia la luz.

Cuando el rumor de los trenes desaparece en las profundidades de los túneles y el silencio se apodera de la estación, a veces nos parece escuchar una misa de Johann Sebastian Bach, o tal vez, la Escalera al Cielo de los nunca olvidados Led Zeppelin.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Viviendas en Iparraguirre – Licenciado Poza, el lenguaje secreto de las torres

La diferencia de Bilbao frente a otras ciudades más meridionales es que el paseante ocioso puede mirar hacia arriba sin miedo a sentirse cegado por el sol. Así, si superamos la irritación de los cielos turbios podremos disfrutar de uno de los mejores regalos arquitectónicos que nos ofrece el ensanche bilbaíno.

Los años treinta del siglo pasado propiciaron un universo de torres en esquina que nos cuentan historias o nos sugieren paisajes. Es difícil que nos dejen indiferentes y la torre del edificio de viviendas de Iparraguirre esquina con Licenciado Poza es un ejemplo provechoso.

Los motivos de evocación maya son un argumento a veces utilizado por los artesanos del Art Deco, y en esta ocasión la nítida silueta de la torre con sus estilizados y amenazantes águilas en las esquinas nos hacen echar de menos al ilustrador Frederick Catherwood, que a mediados del siglo XIX redescubrió la civilización maya junto con John L. Stephens y publicó una maravillosa colección de litografías. Cualquier dibujo suyo de está torre hubiera podido ser mucho mas sugerente que la fría imagen de una fotografía.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Teatro Arriaga, arquitectura en su punto

Dicen que la vida imita al arte, y el arte suele imitar a lo que tiene más a mano, en ocasiones, ese modelo es la repostería. El Teatro Arriaga de Joaquín de Rucoba (1890) entronca con una gran tradición decimonónica de repostería fina que ha repartido esplendidas tartas en forma de óperas y teatros por todas las antiguas capitales centro europeas.

La receta es simple, y suele consistir en una peana más o menos elaborada sobre la que se construye un merengue neobarroco, con una mayor o menor profusión de figuritas según los países o los temperamentos. El Teatro Arriaga nos confirma que Bilbao también dispuso a finales del XIX del talento de una gran generación de albañiles diestros en el uso de la paleta, la llana y la manga pastelera.

La obra de Rucoba se ajusta al canon y no desentona con otras aún más grandes y pretenciosas que abarrotan las estanterías de esta gran confitería que es la vieja Europa. Bilbao puede estar orgullosa de ser otra vez, quizá algo más que un pálido reflejo de París.

Hoy; Teatro Arriaga, Bon Appetit!

Teatro Arriaga
Plaza de Arriaga – El Arenal

Foto: Wikipedia

domingo, 4 de septiembre de 2011

Edificio Idom, la ventana indiscreta

La nueva sede de la empresa de ingeniería Idom se acaba de incorporar a los paisajes de Bilbao. El arquitecto Javier Pérez Uribarri ha imaginado un funcional bloque de vidrio encorsetado en un armazón de lamas verdes.

Es fácil sospechar que la verdadera naturaleza del edificio sea hacia dentro, oculta al viandante, más como una máquina precisa y eficaz, que seguro que los empleados de la compañía aprenderán a estimar, o quizá a detestar.

Pero al humilde peatón aún le queda el resultado estético de las lamas verdes. Las multinacionales del conocimiento como Idom cotizan más por lo que saben que por el valor contable de sus activos. Por eso, las lamas de esta enorme persiana que la envuelve a lo mejor no son una metáfora gratuita. Esta persiana podría servir para proteger del sol, algo que podemos descartar en Bilbao por improbable, o para ocultar algo, ya sean nuestros pecados como en la mayoría de hogares del sur de la Europa católica, o la preciada información de esta influyente empresa. 

Los secretos puede que no permanezcan siempre ocultos porque las aberturas en las lamas parecen hechas por un gigante, que deseoso de curiosear el interior, ha separado las lamas con dos dedos enormes y apoya además su otra mano en las demás lamas comprimiéndolas aún más. O puede que el arquitecto, inquieto ante una posible acusación de monotonía por la fachada de lamas, haya decido romper el ritmo horizontal con la esperanza de aderezar y alegrar el resultado final.  

Las personas que posean alguna familiaridad con la lógica abrasiva de este tipo de multinacionales, tal vez se planteen si los huecos en las lamas no se habrán hecho desde el interior, por unos becarios ansiando libertad.

Edificio Idom
Zarandoa 23, San Ignacio

sábado, 3 de septiembre de 2011

Delegación de Hacienda, la defensa numantina

Puede que uno de los propósitos más antiguos de la arquitectura haya sido el de infundir temor. La tribu, después de conseguir un techo bajo el que cobijarse y una muralla tras la cual defenderse, urdió los métodos de amedrantar a sus enemigos con el uso ingenioso o prepotente de las formas. Hace 3000 años, los asirios ya dominaban esta manera de hacer política en piedra, cuando abandonaban y amedrentaban durante horas a los embajadores de los países vecinos en enormes salas saturadas de terribles bajorrelieves, que cantaban las increíbles victorias de unos reyes asirios invencibles. Desde entonces, la técnicas no han mejorado, pero si se han vuelto más sutiles.

El fascismo, como todos los totalitarismos, ha favorecido siempre la política del miedo. Y eso se ha trasladado inevitablemente a sus variadas arquitecturas. En la Plaza de Federico Moyúa tenemos un fantástico ejemplar de edifico intimidante.

La delegación de hacienda de Antonino Zobaran (1943) combina dos poderosas fuerzas, el totalitarismo y los tributos, y el edificio aún puede suscitar sentimientos inquietantes pese a que los vaivenes del tiempo, la política y los impuestos han ido diluyendo su carga emocional.

Visto de frente, el edifico nos disminuye y atosiga con sus rotundas esquinas a modo de bastiones que culminan con el imponente escudo de la cubierta. La brutalidad del orden de pilastras difícilmente entronca con el clasicismo más acogedor, y si nos arroja en cambio contra la sólida eficiencia burocrática.

Los primeros años cuarenta fueron muy duros para todas las partes que los vivieron, también para el joven régimen franquista. Tal vez las casamatas bunkerizadas de la azotea, en caso de un alzamiento y contraataque de las fuerzas democráticas, pudieran haber sido la última línea de defensa para el negociado de impuestos indirectos.

domingo, 28 de agosto de 2011

Edificio de viviendas en Gran Vía, la fachada como lienzo

Pedro Ispizua es un de esos notables arquitectos, con personalidad y una forma de hacer propia, que tanto han contribuido a modelar Bilbao. El edificio de viviendas de Gran Vía esquina con  Gregorio de la Revilla (1945) podría ser un arquetipo de su estilo.

Ispizua propende al racionalismo canónico y preceptivo, pero en ocasiones no resiste la tentación de utilizar esas fachadas limpias como un lienzo para el expresivo Art Deco.  En este edificio de Gran Vía la base es tal vez más neutra que racionalista, ya que la esquina es achaflanada más que curva y no esta presente ese delicado juego de líneas horizontales y curvas suaves que precisa esta escuela.

Como en tantos edificios de Bilbao, el gran despliegue estilístico se produce en las últimas plantas y sobre todo en las torres que rematan las esquinas. Aquí, el paseante sereno que alce la vista, a diferencia de todos aquellos que hormiguean a diario la Gran Vía abrumados con sus negocios y sus desventuras, puede contemplar el ejercicio de Art Deco que nos ofrece Ispizua. Tres elementos; las esculturas, las fuertes nervaduras verticales de la parte más alta de la torre y los cuatro pináculos de corte balístico,  bastan para fijar una vez más la impronta de un arquitecto y la personalidad de una calle.

El lugar de los buenos lienzos es el museo y la Gran Vía tal vez sea el mejor museo de Bilbao.

Edificio de viviendas
Gran Vía – Gregorio de la Revilla

viernes, 19 de agosto de 2011

Edificio de Correos, el Bilbao de los Austrias

Una de los métodos no del todo ineficaces de creación artística es la combinación de elementos dispares; se agita bien la mezcla y se presenta esperando que el resultado no sea del todo descabellado. A veces funciona y en alguna ocasión el resultado es sublime. Secundino Zuazo, utilizando tres ingredientes, tantea este sistema en su Edificio de Correos (1927). Veamos el resultado.

El primer ingrediente es el propio cuerpo del edificio. Una masa de pulcros paramentos de ladrillo, elegante, funcional con sus grandes ventanales y puede que avanzado para 1927. Zuazo parece recibir la inspiración tras un viaje a Holanda y el estudio provechoso de la obra de Hendrik Berlage, gran arquitecto y hábil ejecutor de delicadas superficies de ladrillo.

Del estilo moderno de Berlage en la fachada, pasamos casi a la edad media en la cubierta, con el tremendo alero de inspiración montañesa. En un clima nuboso como el de Bilbao, este tipo de cubierta actúa visualmente como un trazo grueso que separa el gris del cielo del cuerpo del edificio. La última planta en tonos claros acentúa el contraste y ayuda a resaltar los paramentos de ladrillo.

El último elemento es la espléndida entrada barroca, que nos traslada a la época de los Austrias, y sobre la cual preside un gran escudo de águilas bicéfalas, tal vez de cuando en el imperio bilbaíno no se ponía el sol.

El resultado final de la obra es inquietante o cuanto menos nos deja con la sensación de que las partes son superiores al todo. Aún así, y tras observar durante unos momentos la portada barroca, puede que no nos sorprenda ver aparecer a Don Francisco de Quevedo, con su traje negro y Cruz de Calatrava roja, ajustándose nervioso los anteojos, tras haber enviado una nueva carta para sosegar el ánimo del temible Conde Duque de Olivares.

Edificio de Correos
Alameda de Urquijo 15


domingo, 14 de agosto de 2011

Palacio de la Diputación, el miedo al vacío

El horror vacui, o miedo al vacío, es la expresión usada por algunos críticos de arte para explicar o justificar la acumulación excesiva de objetos sobre una superficie. Cuando algunos creadores optan por el “menos es más”, otros pasan al “más” directamente y sin concesiones. Puede que toda la historia del arte no sea otra cosa que una oscilación eterna entre esos dos extremos.

El Palacio de la Diputación de Luis Aladrén (1900) es de los que alardean sin complejos de que cuanto más mejor.  El observador paciente puede inventariar todos los estilos que sofocan este edificio singular. Para los menos inclinados a las tediosas tareas de catalogación, basta mencionar que no se ha desaprovechado ningún elemento como soporte de ornamentación. Los excesos de esta obra impiden el juicio, que en ocasionas como esta, emplean algunos críticos piadosos, calificándolos como “eclecticismo”,

El efecto es abrumador y la vista, ya fatigada después de tal acopio de molduras, añora el descanso de un paramento inmaculado.

Palacio de la Diputación
Gran Vía 25

viernes, 12 de agosto de 2011

Casa Lezama Leguizamón, tratado de buenas maneras

En ocasiones,  una clase social no necesita, para justificar su prestigio, enlazar con lejanas victorias en batallas medievales. A veces se puede lograr un efecto similar si se dispone de capital, un arquitecto hábil, un buen sastre de la escuela inglesa, preferiblemente amamantado en Savile Row, y alguna habilidad con los cubiertos a la hora del almuerzo.

La casa Lezama Leguizamón es un ejemplo afortunado. Una porción de la alta burguesía bilbaína tuvo todo eso y algo más a principios de los años veinte del siglo pasado; un solar espectacular mediado entre la Gran Vía y el Parque de Doña Casilda y dos arquitectos en vez de uno.

Ricardo Bastida y José María Basterra (1922) escenifican con astucia un soberbio espectáculo de esplendor, magnificencia y dinero bien invertido. Esta gran macedonia de estilos y columnas configura un edificio que va desmelenándose según va ganando en altura. El circunspecto basamento almohadillado termina en una balaustrada a partir de la cual comienza la fiesta de columnas, ornamentos y terrazas que nos llevan hasta las dos últimas plantas de inspiración barroca. El elemento final son las torres que rematan las esquinas. La torre es tal vez el elemento arquitectónico más en entrelazado al concepto de poder, un complejo que arrastramos desde la Edad Media. El edificio termina con unas elaboradas coronitas – balaustradas - que reposan sobre las cuatro torres.

Es posible que hubiéramos preferido una burguesía que no se hubiera tomado a si misma tan en serio. Quizá un simpático ladeo en las coronitas de las torres la hubiera hecho más cercana.

Casa Lezama Leguizamón
Gran Vía, 58-60



sábado, 6 de agosto de 2011

Hotel Carlton, paraguas y paseos a la orilla del Sena

Durante el siglo XIX todas las grandes ciudades europeas, salvo la indómita Londres, querían parecerse a París, o tal vez con suerte a un barrio de París, o incluso, en los casos más desesperados, a una esquina de París.

Bilbao sucumbió también a esa enfermedad, aunque lo hizo tardíamente, cuando acumuló capital y arrogancia para poder aspirar a esos modelos. Unas de las secuelas de esa gozosa enfermedad es el Hotel Carlton de Manuel María de Smith (1926). El tejado en mansarda, el hall ovalado con vidriera o el aristocrático porche de acceso son puro ensueño parisino.

Un hotel es un tipo de edificación insólito dentro de la obra de Smith, más acostumbrado, como arquitecto de cámara de la gran oligarquía vizcaína, a convertir los caprichos y antojos señoriales de esta en edificios memorables. La inspiración francesa también es desacostumbrada en un maestro de los estilos regionalistas o de evocación británica.

Aun así, nadie mejor que Manuel María de Smith para llevarnos, aunque sea durante unos momentos, al París de las grandes avenidas y los paseos a la orilla del río, como nuestro Sena-Nervión, que posee además otra gran construcción Eiffeliana, el Puente Colgante de Portugalete. Pero eso, como diría Kipling, es otra historia.

Foto: wikipedia

jueves, 4 de agosto de 2011

Torre Iberdrola, lecciones de trigonometría

Los tediosos triángulos escolares encierran al final portentosas aplicaciones. César Pelli lo sabe bien, y con un triangulo diabólicamente isósceles a decidido sorprender a los bilbaínos y al mundo.

La torre Iberdrola es un rascacielos limpio y valiente. Pelli utiliza la forma y la luz para crear unos paisajes gloriosos en Bilbao. La suave curvatura de sus lados prescinde de los violentos contraluces para dejar que la luz se deslice por ellos creando unos delicados degradados y envolviendo al edificio con unos reflejos casi irreales. El juego de las formas y las luces tal vez sea la razón última de la arquitectura y César Pelli tiene el oficio o la intuición para combinarlos con maestría. La torre Iberdrola es una idea simple con resultados complejos, y en Pelli, presentimos el coraje de dejar que el sol se recree en sus superficies limpias, resistiendo la tentación de salpimentar las fachadas con elementos extraños que no aportan nada.

César Pelli; argentino, arquitecto, maestro.

Foto: wikipedia

domingo, 24 de julio de 2011

Casa Montero, los arabescos del gusto

El paso del tiempo puede dar una segunda oportunidad a cualquier escuela artística y hasta en las cenizas de la moda de los ochenta pueden quedar algunos rescoldos que reanimen aquellos peinados y aquellas hombreras.

El modernismo de principios del siglo XX de la Casa Montero (Luis Aladrén, Jean Baptiste Darroguy – 1904) ha seguido una suerte similar. El paso de los años, de las décadas, de las guerras, de los vaivenes en el largo de las faldas, han sumado a este movimiento sucesivas capas de encanto. En 1904 el modernismo pudo ser un estilo excesivo y tal vez un medio de ostentar la riqueza que se estaba acumulando por algunos industriales en Europa y en España, sobre todo en Cataluña. No cuesta mucho imaginar a unos prósperos caballeros con levita, a los que solo unas décadas separan de la pobreza, ordenar a sus arquitectos las decoraciones más espesas y complicadas solo porque eran caras y exclusivas. Hoy es un privilegio de los bilbaínos el poder disfrutar de las texturas imposibles de la fachada de este edificio.

El gusto tiene estas cosas. En Bilbao la Casa Montero es el único ejemplo de vivienda modernista. Los nuevos ricos de entonces eligieron otras formas de expresión artística.  

Casa Montero
Colón de Larreátegui – Alameda de Rekalde, 34

Foto: wikimapia.org

viernes, 22 de julio de 2011

Iglesia de la Residencia, el Bilbao misterioso de G. K. Chesterton

El gran Chesterton, además de escrupuloso maestro del misterio y la paradoja, nos propuso un Londres fantástico y enigmático donde casi todo era posible. Una pequeña porción de ese mundo aún se conserva en Bilbao.

En plena época victoriana los jesuitas encargaron la construcción de esta iglesia de estilo neogótico anglosajón a José María Basterra (1891). La paradoja hubiera complacido a Chesterton. Los jesuitas e Inglaterra entrelazan una bellísima historia de hostilidad donde puede caber cualquier cosa menos la imitación estética. El ambiente londinense es indudable con el ladrillo rojo veteado con blanco y los arcos ojivales que tanto nos recuerda a la maravillosa estación de St. Pancras.

Hace unos años los pináculos de las torres amenazaban con desmoronarse y fueron desmontados con poca gracia. Hoy la entrada de la iglesia esta flanqueada por dos grandes muñones cauterizados que casi la convierten en una víctima para un nuevo caso del padre Brown.

Foto: wikipedia

martes, 19 de julio de 2011

El ascensor de Begoña, el camino a la utopía

De las muchas arquitecturas que pueblan Bilbao, el constructivismo es tal vez de las menos representadas. Aún así tenemos esta memorable pieza de Rafael Fontán (1949) de argumento soviético, que rompe el skyline del Casco Viejo con sus aires futuristas y que nos hacen recordar la Metropolis de Frizt Lang.

La galería superior se convierte en la cabina de mandos de un edificio que parece mirar cara a cara a la utopía, no sabemos si la de la clase trabajadora o la de los robots del señor Lang.

Foto: commons.wikimedia.org

domingo, 17 de julio de 2011

Edificio La Aurora, reminiscencias de Nuremberg


La arquitectura, como la historia, nos permite revisitar los momentos más terribles del pasado y tal vez aprender alguna lección. El espléndido mosaico que es la ciudad de Bilbao cuenta con una pieza de estilo nazi insertada en su céntrica y emblemática plaza de Federico Moyúa.

Nunca sabremos si su creador Manuel Galíndez (1935) pudo ver y ser seducido por el documental de Leni Riefenstahl o su obra solo es un reflejo de la estética del momento, un racionalismo amable e inofensivo.

De cualquier modo el edificio de la Aurora presenta tres rasgos inquietantes. Su basamento oscuro, en contraste con las plantas superiores más livianas, alude a los deseos de firmeza e inmutabilidad, viejo truco de oficio de las arquitecturas más totalitarias. Las pilastras de la fachaza principal están más cerca de los detalles kitsch a los que propende la parafernalia nazi que al elegante estilo Bauhaus que tantas veces sirvió en Alemania como decorado feliz para una representación infernal. Y por último su azotea retranqueada, limpia y desnuda. Escenografía imprescindible para todo personaje con gorra de plato y con muchedumbre sumisa y dispuesta a ser arengada.

Seguro que las intenciones de Galíndez y de este edificio de oficinas eran otras muy distintas pero uno nace cuando nace y está atado a las formas del momento.

Edificio La Aurora
Plaza de Federico Moyúa 4


jueves, 14 de julio de 2011

El rascacielos de Bailén, vuelven Sam Spade y Philip Marlowe

La novela negra clásica prefiere recrearse en situaciones o ambientes y desdeña las peripecias; nunca acabaremos de entender la trama de “El Halcón Maltés” (Dashiell Hammett) pero algunos diálogos son inolvidables.

Bilbao ofrece algunos rincones propicios para esos intercambios acerados. El rascacielos de Bailén uno de ellos. Finalizado en 1946 por Manuel Galíndez y con un estilo funcional y racionalista nos traslada a un Los Angeles de postguerra, imposible con sus brumas y gabardinas.

La sobriedad del portal conduce a once pisos donde casi adivinamos unas oficinas con cristales esmerilados y aromas de whisky, cuero ajado y mujeres peligrosas. Nuestra ciudad, esta vez, si pondrá la lluvia.

Foto: wikipedia

martes, 12 de julio de 2011

Edificio El Tigre, vindicación de la arrogancia

La contenida estética racionalista de esta antigua fábrica de correas encierra una lección moral. Pedro Ispizua finalizó este edifico en 1943, una época incierta y complicada en lo político y en lo económico. Las líneas concisas y sin ornamentos de su fachada se adaptan bien a esos tiempos de penuria, pero su cubierta nos regala una declaración de principios diferente.

Un majestuoso tigre observa con minuciosa arrogancia todos los futuros posibles desde su colina de piedra. Parece no temer a nada y no podemos dejar de admirarnos ante una casta de empresarios capaz de modelar con tal rotundidad su actitud ante los desafíos.

Gran lección entonces y mejor aún hoy.

Foto: wikipedia