viernes, 16 de septiembre de 2011

Estación de metro de Sarriko, del románico al gótico

El túnel es la lengua franca de todas las tribus de metros que horadan las grandes capitales. La lógica constructiva de las bóvedas de cañón semicilíndricas, o más o menos elípticas, modela las estaciones  de todo el mundo. Lo mismo sucede en la mayoría de las creadas por Norman Foster, con alguna excepción inmortal como la de Sarriko.

El vértigo diario del metro alterna con precisión una vorágine de prisas con la calma y recogimiento de la tranquila espera en los andenes. El talante de cada uno nos lleva al diálogo o a la introspección, y para ello nada mejor que el recogimiento envolvente de las bóvedas, como descubrieron hace más de mil años los maestros de obras de las iglesias románicas.

El gótico lo cambió todo, nos pasó de una religión pegada al suelo, a la elevación física y espiritual de los arcos ojivales. La luz y las vidrieras sustituyeron a la oscuridad y a las opresivas pinturas románicas.  Ese pequeño milagro también ocurre en la estación de Sarriko.

Los andenes como las naves de una catedral, la altura, la luz. El espacio entre el recogimiento ensimismado y la mística, es mínimo en Sarriko. Y a diferencia de las antiguas catedrales, donde la elevación del espíritu era solo una metáfora, en Sarriko disponemos, gracias a Norman Foster, de una interminable escalera mecánica que se eleva hacia los cielos y hacia la luz.

Cuando el rumor de los trenes desaparece en las profundidades de los túneles y el silencio se apodera de la estación, a veces nos parece escuchar una misa de Johann Sebastian Bach, o tal vez, la Escalera al Cielo de los nunca olvidados Led Zeppelin.