sábado, 3 de septiembre de 2011

Delegación de Hacienda, la defensa numantina

Puede que uno de los propósitos más antiguos de la arquitectura haya sido el de infundir temor. La tribu, después de conseguir un techo bajo el que cobijarse y una muralla tras la cual defenderse, urdió los métodos de amedrantar a sus enemigos con el uso ingenioso o prepotente de las formas. Hace 3000 años, los asirios ya dominaban esta manera de hacer política en piedra, cuando abandonaban y amedrentaban durante horas a los embajadores de los países vecinos en enormes salas saturadas de terribles bajorrelieves, que cantaban las increíbles victorias de unos reyes asirios invencibles. Desde entonces, la técnicas no han mejorado, pero si se han vuelto más sutiles.

El fascismo, como todos los totalitarismos, ha favorecido siempre la política del miedo. Y eso se ha trasladado inevitablemente a sus variadas arquitecturas. En la Plaza de Federico Moyúa tenemos un fantástico ejemplar de edifico intimidante.

La delegación de hacienda de Antonino Zobaran (1943) combina dos poderosas fuerzas, el totalitarismo y los tributos, y el edificio aún puede suscitar sentimientos inquietantes pese a que los vaivenes del tiempo, la política y los impuestos han ido diluyendo su carga emocional.

Visto de frente, el edifico nos disminuye y atosiga con sus rotundas esquinas a modo de bastiones que culminan con el imponente escudo de la cubierta. La brutalidad del orden de pilastras difícilmente entronca con el clasicismo más acogedor, y si nos arroja en cambio contra la sólida eficiencia burocrática.

Los primeros años cuarenta fueron muy duros para todas las partes que los vivieron, también para el joven régimen franquista. Tal vez las casamatas bunkerizadas de la azotea, en caso de un alzamiento y contraataque de las fuerzas democráticas, pudieran haber sido la última línea de defensa para el negociado de impuestos indirectos.