Arthur Schopenhauer, el malicioso autor de libros de
autoayuda del s. XIX, dijo una vez sobre Hegel, con más resentimiento que
rigor, que este se limitaba a escribir páginas y dejaba a los demás la labor de
encontrarles algún sentido.
El Museo Guggenheim de Frank Gehry (1997) es también una
obra en busca de un sentido. El que cada uno sea capaz de encontrarle. Gehry
desarrolló el proyecto a partir de una maqueta, una escultura en miniatura
donde la forma aplica su tiranía sobre la función. La obra se termina con una
sensación de casualidad, de azar, donde el resultado es el que es, pero podía
haber sido otro completamente diferente.
Aún así, en el desenlace final, la funcionalidad consigue
hacerse un hueco; las obras de arte, visitantes y empleados logran una
protección razonable frente a la lluvia y el sol, durante el invierno puede
alcanzarse una temperatura adecuada y tal vez sea posible conseguir una comida
decente dentro del Museo.
También el azar, u otras razones psicológicas más complejas
que llevan a los turistas a visitar los museos de arte moderno fuera de sus
ciudades, han contribuido a que el Guggenheim haya situado a Bilbao en todas
las guías de viajes del mundo. Gracias Mr. Gehry.
Museo Guggenheim
Alameda de Mazarredo
Foto: wikipedia