El Palacio Euskalduna, tras un sueño intranquilo, se
despertó convertido en un monstruoso insecto. Como en un cuento de horror y
ternura, un centro de música y congresos ha amanecido a la orilla del Nervión
mutado en una suerte de gigantesco caracol. Unas pequeñas patitas soportan la cabeza del
animal, lo que antes eran las oficinas, y el cuerpo se ha tornado en un inmenso
caparazón metálico y oxidado.
Un chaflán, un ático o un simple juego de luz pueden suscitar una emoción estética. La suerte de una ciudad es cuando el tiempo y el azar la pueblan de edificios asombrosos capaces de provocar esos sentimientos. Bilbao es una de esas afortunadas.