La magia de este puente está en que nunca hubiéramos
sospechado lo que puede encerrar un bote de pintura y unos cuantos recortes de
chapa.
En 1972, el ingeniero Juan Batanero creó lo que, desafíos de
ingeniería aparte, no era más que un pontón para superar un obstáculo natural y
una secuela de la desgana y desesperación de una ciudad de los setenta en la
etapa final de su gloriosa historia industrial.
Pasado el tiempo, y a fuerza de enérgicos brochazos, el
artista Daniel Buren volvió a soñar en
el 2006 lo que debería ser un gran puente en una ciudad como Bilbao junto a
un museo como el Guggenheim. Como todo se estaba inventando de nuevo entonces, imaginó
que jugaba como un niño con unas regletas de madera a escala natural. Prismas y
cilindros, cubos y sobre todo esos maravillosos arcos de color rojo que hoy dan
el carácter lúdico a la zona.
Por suerte para Bilbao, Daniel Buren eligió las regletas de colores y
no una consola.
Foto: wikipedia