lunes, 26 de diciembre de 2011

Catedral de Santiago, Bilbao bien vale una misa

Algunos edificios, al igual que algunas formaciones geológicas sorprendentes, comparten su origen el la acumulación de capas o sedimentos. La Catedral del Casco Viejo es uno de esos casos; desde el siglo XV, una cadena de reformas, restauraciones y añadidos han venido de la mano de un surtido grupo de arquitectos; desde los más recientes Joseba Rementería y Rafael Purroy (2000), hasta nuestros sospechosos habituales; Manuel Galíndez (1925-1930) y Severino Achúcarro (finales s. XIX).

El producto final responde al apelativo genérico de gótico aunque el observador más erudito disfrutará con otros sabores más sutiles como el neogótico, el tardogótico o el exuberante gótico florido. La Catedral de Santiago comparte con otras obras de su estilo, esa sensación de máquina compleja, con demasiadas piezas o demasiados nombres que nos ahogan. La mera enumeración de sus partes, la sucesión de triforios, arbotantes, girolas  y cruceros nos hacen desear el borrar de nuestra mente todos esos conceptos, olvidarnos de la ingeniería medieval, y quedarnos con la luz, la atmósfera y el sosiego interior.

Esta Catedral aporta tal vez una nueva variante al amplio catálogo del estilo gótico, algo así como gótico bilbaíno, que consiste en adosar un tremendo pórtico que proteja a nuestros feligreses de la inevitable lluvia bendita.

Catedral de Santiago
Plaza de Santiago – Casco Viejo

sábado, 24 de diciembre de 2011

Estación de La Concordia, Bilbao – Baden Baden


El espíritu positivo y feliz de la Belle Époque envuelve la estación de La Concordia de Severino Achúcarro (1898).  El optimismo inquieto de la época conseguía hacernos sentir que un anodino trayecto en ferrocarril podía ser como un inolvidable viaje a los balnearios de Baden Baden.

La ostentación de color y la combinación atrevida y exuberante de estilos creada por Achúcarro permitió algún momento mágico, como el regalar a los viajeros que esperan en el andén una magnífica columnata sobre la ría, mirador desde el que despedirse de la ciudad, de los amigo o incluso tirar confeti como en las partidas de los grandes transatlánticos.

El modernismo cromático de la fachada y el eclecticismo general del conjunto recrean a la perfección el ambiente de aquellos años dorados y cuando los últimos vagones abandonan la estación todavía es posible una mirada a las mansardas afrancesadas del elegante edificio de oficinas que remata la estación.

La luz de la Belle Époque aún iluminó Europa hasta el comienzo de la Primera Guerra mundial, pero Severino Achúcarro terminó su estación en 1998, año en el que se perdió lo que quedaba del imperio colonial y el viaje que nos tocó comenzar en el siglo XX no fue precisamente para tomar los baños.

Estación de La Concordia
Bailén 2

viernes, 16 de diciembre de 2011

Parque de Doña Casilda, modales y buena educación

Alexander Kinglake, viajero flemático y curioso y tal vez el más brillante de los historiadores militares, nos cuenta que mientras atravesaba con desgana alguno de los desiertos que abrasan las geografías del Cercano Oriente, vio acercarse desde la lejanía un solitario viajero acompañado por su sirviente.

Al cabo de un tiempo se apercibió de que también era un occidental. Poco antes de cruzarse y pese ha llevar varios días sin ver a nadie salvo a su propio criado, Kinglake decidió que no era necesario detenerse, empujado quizá por la inercia, la languidez o simplemente el hábito de sus paseos por los parques de Londres, y que bastaba una leve inclinación de cabeza. El desconocido respondió gentilmente de la misma manera y ambos continuaron su ensimismado camino por el desierto.

Los grandes parques londinenses han sido capaces de modelar los hábitos corteses de muchas generaciones de británicos y cabe preguntarse si el de Doña Casilda ejercerá en los bilbaínos una influencia similar. Las fuentes, paseos y alamedas creadas por Ricardo Bastida y Juan Eguiraun (1907) han recreado con detalle ese aire casi victoriano y Bilbao ofrece también en ocasiones magníficas réplicas del peor tiempo inglés.

Un breve paseo por el parque de Doña Casilda basta para recordarnos lo que un puñado de árboles puede conseguir.

Foto: wikipedia

martes, 13 de diciembre de 2011

Estación de Abando, un tren de lejanías

Hay lugares que no son el remedio contra la melancolía. Si atravesamos un día deslucido y el pájaro de la tristeza busca anidar en nuestra cabeza, mejor que nos mantengamos alejados de la estación de Abando. 

La arquitectura del régimen pobló España de muchos edificios administrativos y funcionales similares a este de Alfonso Fungairiño (1941-1950), de los que, más allá del clasicismo sin vida, solo quedan unas cáscaras huecas llena de legajos y puños raídos.

La tristeza de aquellos años se eleva sobre el desganado conjunto de paramentos almohadillados, frontones y pesadumbre. Ni siquiera la estructura metálica que cubre la nave central, aprisionada entre aburridas fachadas laterales, puede aportar gracilidad al conjunto.

La memoria de la emigración de los años cincuenta acecha los andenes y cuando el penetrante silbido de la locomotora anunciaba la partida del tren, renace la promesa de un futuro mejor en un país lejano, entre una abundancia de prosperidad, trabajo y salchichas de Frankfurt.

Estación de Abando
Plaza Circular 2

Foto: wikipedia

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Plaza Moyúa, esplendor geométrico

El trasiego ajetreado de la Gran Vía queda en suspensión una vez que se cruzan los lindes de la Plaza Moyúa. Allí se hace realidad el viejo deseo de doblegar la naturaleza a fuerza de tiralíneas y voluntad.

Los sueños de la razón, cuando no están ocupados en producir monstruos, pueden crear esplendidos jardines de estilo francés como los de Versalles o esta encantadora miniatura que es Moyúa. Fuera del perímetro elíptico de la plaza todo es caos, plusvalía o desesperación. Dentro, podemos dejar todo eso atrás o por lo menos mantener la ficción de que podemos hacerlo. El impecable trazado de los parterres o quizá el rumor de la fuente nos proporcionan algo de sosiego y la geometría inevitable del lugar nos invitan a imaginar un mundo exterior también gobernado por el orden y la razón.

La gastada metáfora del oasis tal vez tenga otra oportunidad aquí, siempre que no nos dejemos llevar por la premura cuando cruzamos Moyúa y nos regalemos unos minutos sentados en los bancos de piedra.

El tiempo se ha detenido por unos momentos y el efecto puede que haya sido balsámico, pero al salir nos damos cuenta con horror de que los monstruos siguen donde los dejamos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Edificio RAG; limpieza, sentido y sensibilidad

Las ciudades, como todos nosotros, se ven obligadas a veces a limpiar el trastero. Este hábito saludable e higiénico acaba en ocasiones en pequeñas calamidades o en grandes disgustos. Cuando el que limpia no es el mismo que el que ha guardado, la intención puede ser diferente y hasta aquella colección de viejos vinilos de Fleetwood Mac puede terminar en el contenedor.

Los intereses mercantiles y los del ciudadano con sentido y sensibilidad tampoco parecen coincidir en el edificio del RAG. Esta notable pieza racionalista de Diego Basterra (1933) va a terminar en la escombrera, o en donde quiera que vaya la buena arquitectura una vez que sucumbe a la piqueta. Tal vez estas cosas son inevitables, tal vez la dinámica de las ciudades es renunciar a lo malo y también a lo bueno.

En cualquier caso, vamos a echar de menos ese pequeño rinconcito Bauhaus que tenía Bilbao. Recuerdo de un pasado industrial, cuando apenas quedan ya vestigios dentro de la ciudad y ejemplo representativo de un estilo racionalista plagado de curvas y blancos luminosos.

Los viejos cacharros acaban a veces ante la indiferencia del trapero cuando podrían haber sido el gozo del anticuario.

Edificio RAG (In Memoriam)
Alda . de Rekalde esquina Fdez. del Campo

Foto: elcorreo.com

viernes, 2 de diciembre de 2011

Sede del antiguo Banco de Vizcaya; la banca, como siempre, a su aire

Los brillos rosados que irradia este lustroso adoquín profetizan tal vez un futuro del mismo color. O al menos así se pudo entender en 1970, cuando se inauguró este rascacielos para el Banco de Vizcaya por obra y gracia de los arquitectos Torres, Casanueva y Chapa, y cuando las grandes empresas planificaban el futuro con la vista puesta en los siguientes 30 o 40 años. Hoy la situación más allá de 30 meses es insondable y 3 meses ya es casi largo plazo.

Los dos volúmenes de esta torre fueron creados para albergar una legión de oficinistas como los que poblaban los páramos cubiertos de mesas de aquella compañía de seguros imaginada por Billy Wilder en “El apartamento”. Ahora los tiempos han cambiado y en esos inmensos espacios ya no resuenan los traqueteos de las máquinas sumadoras ni los escarceos de Jack Lemmon y Shirley Maclaine. Pero si nos queda la frialdad del estilo internacional de este edificio que como tantos otros similares, solo ofrecen ya apenas unos juegos de luz. El racionalismo, cuando cambia de escala y tiende al gigantismo, pierde la humanidad y mucha de la elegancia que es al final su esencia.

La arrogancia económica de finales de los sesenta propició o permitió la ruptura de muchas de las tradiciones urbanísticas del ensanche bilbaíno. Las normas del decoro arquitectónico sucumbieron a las formas, estilo y altura de un edificio impulsado por una banca, que como en tantas ocasiones, se ha sentido de otra raza o de otro mundo, sin sujeción a las leyes humanas y sin contar, por desgracia, con Shirley Maclaine como empleada.

Sede del antiguo Banco de Vizcaya
Plaza Circular

Foto: wikipedia