domingo, 28 de agosto de 2011

Edificio de viviendas en Gran Vía, la fachada como lienzo

Pedro Ispizua es un de esos notables arquitectos, con personalidad y una forma de hacer propia, que tanto han contribuido a modelar Bilbao. El edificio de viviendas de Gran Vía esquina con  Gregorio de la Revilla (1945) podría ser un arquetipo de su estilo.

Ispizua propende al racionalismo canónico y preceptivo, pero en ocasiones no resiste la tentación de utilizar esas fachadas limpias como un lienzo para el expresivo Art Deco.  En este edificio de Gran Vía la base es tal vez más neutra que racionalista, ya que la esquina es achaflanada más que curva y no esta presente ese delicado juego de líneas horizontales y curvas suaves que precisa esta escuela.

Como en tantos edificios de Bilbao, el gran despliegue estilístico se produce en las últimas plantas y sobre todo en las torres que rematan las esquinas. Aquí, el paseante sereno que alce la vista, a diferencia de todos aquellos que hormiguean a diario la Gran Vía abrumados con sus negocios y sus desventuras, puede contemplar el ejercicio de Art Deco que nos ofrece Ispizua. Tres elementos; las esculturas, las fuertes nervaduras verticales de la parte más alta de la torre y los cuatro pináculos de corte balístico,  bastan para fijar una vez más la impronta de un arquitecto y la personalidad de una calle.

El lugar de los buenos lienzos es el museo y la Gran Vía tal vez sea el mejor museo de Bilbao.

Edificio de viviendas
Gran Vía – Gregorio de la Revilla

viernes, 19 de agosto de 2011

Edificio de Correos, el Bilbao de los Austrias

Una de los métodos no del todo ineficaces de creación artística es la combinación de elementos dispares; se agita bien la mezcla y se presenta esperando que el resultado no sea del todo descabellado. A veces funciona y en alguna ocasión el resultado es sublime. Secundino Zuazo, utilizando tres ingredientes, tantea este sistema en su Edificio de Correos (1927). Veamos el resultado.

El primer ingrediente es el propio cuerpo del edificio. Una masa de pulcros paramentos de ladrillo, elegante, funcional con sus grandes ventanales y puede que avanzado para 1927. Zuazo parece recibir la inspiración tras un viaje a Holanda y el estudio provechoso de la obra de Hendrik Berlage, gran arquitecto y hábil ejecutor de delicadas superficies de ladrillo.

Del estilo moderno de Berlage en la fachada, pasamos casi a la edad media en la cubierta, con el tremendo alero de inspiración montañesa. En un clima nuboso como el de Bilbao, este tipo de cubierta actúa visualmente como un trazo grueso que separa el gris del cielo del cuerpo del edificio. La última planta en tonos claros acentúa el contraste y ayuda a resaltar los paramentos de ladrillo.

El último elemento es la espléndida entrada barroca, que nos traslada a la época de los Austrias, y sobre la cual preside un gran escudo de águilas bicéfalas, tal vez de cuando en el imperio bilbaíno no se ponía el sol.

El resultado final de la obra es inquietante o cuanto menos nos deja con la sensación de que las partes son superiores al todo. Aún así, y tras observar durante unos momentos la portada barroca, puede que no nos sorprenda ver aparecer a Don Francisco de Quevedo, con su traje negro y Cruz de Calatrava roja, ajustándose nervioso los anteojos, tras haber enviado una nueva carta para sosegar el ánimo del temible Conde Duque de Olivares.

Edificio de Correos
Alameda de Urquijo 15


domingo, 14 de agosto de 2011

Palacio de la Diputación, el miedo al vacío

El horror vacui, o miedo al vacío, es la expresión usada por algunos críticos de arte para explicar o justificar la acumulación excesiva de objetos sobre una superficie. Cuando algunos creadores optan por el “menos es más”, otros pasan al “más” directamente y sin concesiones. Puede que toda la historia del arte no sea otra cosa que una oscilación eterna entre esos dos extremos.

El Palacio de la Diputación de Luis Aladrén (1900) es de los que alardean sin complejos de que cuanto más mejor.  El observador paciente puede inventariar todos los estilos que sofocan este edificio singular. Para los menos inclinados a las tediosas tareas de catalogación, basta mencionar que no se ha desaprovechado ningún elemento como soporte de ornamentación. Los excesos de esta obra impiden el juicio, que en ocasionas como esta, emplean algunos críticos piadosos, calificándolos como “eclecticismo”,

El efecto es abrumador y la vista, ya fatigada después de tal acopio de molduras, añora el descanso de un paramento inmaculado.

Palacio de la Diputación
Gran Vía 25

viernes, 12 de agosto de 2011

Casa Lezama Leguizamón, tratado de buenas maneras

En ocasiones,  una clase social no necesita, para justificar su prestigio, enlazar con lejanas victorias en batallas medievales. A veces se puede lograr un efecto similar si se dispone de capital, un arquitecto hábil, un buen sastre de la escuela inglesa, preferiblemente amamantado en Savile Row, y alguna habilidad con los cubiertos a la hora del almuerzo.

La casa Lezama Leguizamón es un ejemplo afortunado. Una porción de la alta burguesía bilbaína tuvo todo eso y algo más a principios de los años veinte del siglo pasado; un solar espectacular mediado entre la Gran Vía y el Parque de Doña Casilda y dos arquitectos en vez de uno.

Ricardo Bastida y José María Basterra (1922) escenifican con astucia un soberbio espectáculo de esplendor, magnificencia y dinero bien invertido. Esta gran macedonia de estilos y columnas configura un edificio que va desmelenándose según va ganando en altura. El circunspecto basamento almohadillado termina en una balaustrada a partir de la cual comienza la fiesta de columnas, ornamentos y terrazas que nos llevan hasta las dos últimas plantas de inspiración barroca. El elemento final son las torres que rematan las esquinas. La torre es tal vez el elemento arquitectónico más en entrelazado al concepto de poder, un complejo que arrastramos desde la Edad Media. El edificio termina con unas elaboradas coronitas – balaustradas - que reposan sobre las cuatro torres.

Es posible que hubiéramos preferido una burguesía que no se hubiera tomado a si misma tan en serio. Quizá un simpático ladeo en las coronitas de las torres la hubiera hecho más cercana.

Casa Lezama Leguizamón
Gran Vía, 58-60



sábado, 6 de agosto de 2011

Hotel Carlton, paraguas y paseos a la orilla del Sena

Durante el siglo XIX todas las grandes ciudades europeas, salvo la indómita Londres, querían parecerse a París, o tal vez con suerte a un barrio de París, o incluso, en los casos más desesperados, a una esquina de París.

Bilbao sucumbió también a esa enfermedad, aunque lo hizo tardíamente, cuando acumuló capital y arrogancia para poder aspirar a esos modelos. Unas de las secuelas de esa gozosa enfermedad es el Hotel Carlton de Manuel María de Smith (1926). El tejado en mansarda, el hall ovalado con vidriera o el aristocrático porche de acceso son puro ensueño parisino.

Un hotel es un tipo de edificación insólito dentro de la obra de Smith, más acostumbrado, como arquitecto de cámara de la gran oligarquía vizcaína, a convertir los caprichos y antojos señoriales de esta en edificios memorables. La inspiración francesa también es desacostumbrada en un maestro de los estilos regionalistas o de evocación británica.

Aun así, nadie mejor que Manuel María de Smith para llevarnos, aunque sea durante unos momentos, al París de las grandes avenidas y los paseos a la orilla del río, como nuestro Sena-Nervión, que posee además otra gran construcción Eiffeliana, el Puente Colgante de Portugalete. Pero eso, como diría Kipling, es otra historia.

Foto: wikipedia

jueves, 4 de agosto de 2011

Torre Iberdrola, lecciones de trigonometría

Los tediosos triángulos escolares encierran al final portentosas aplicaciones. César Pelli lo sabe bien, y con un triangulo diabólicamente isósceles a decidido sorprender a los bilbaínos y al mundo.

La torre Iberdrola es un rascacielos limpio y valiente. Pelli utiliza la forma y la luz para crear unos paisajes gloriosos en Bilbao. La suave curvatura de sus lados prescinde de los violentos contraluces para dejar que la luz se deslice por ellos creando unos delicados degradados y envolviendo al edificio con unos reflejos casi irreales. El juego de las formas y las luces tal vez sea la razón última de la arquitectura y César Pelli tiene el oficio o la intuición para combinarlos con maestría. La torre Iberdrola es una idea simple con resultados complejos, y en Pelli, presentimos el coraje de dejar que el sol se recree en sus superficies limpias, resistiendo la tentación de salpimentar las fachadas con elementos extraños que no aportan nada.

César Pelli; argentino, arquitecto, maestro.

Foto: wikipedia