viernes, 30 de septiembre de 2011

Estación de Atxuri, viaje a ninguna parte

Los viajes ya no tienen la lírica de antaño, apenas se han reducido a un problema de algebra que busca el camino más corto entre dos puntos. Pero hubo un tiempo, no tan lejano, en el que los viajeros disfrutaban del trayecto tanto o más que del llegar a su destino. Las grandes estaciones de ferrocarril del siglo XIX y de principios del XX son parte de esa tradición.

Cuando se entraba en lo amplios vestíbulos de esas estaciones; los sonidos, el ambiente y hasta los olores hacían sentir que el viaje o la aventura había comenzado. Muchas de esas estaciones tenían fuerza evocadora espacial y temporal. Ahora estamos aquí y mañana en otra parte, a ser posible bajo un sol generoso y frente a un mar azul. El afán de muchos arquitectos ha sido desde entonces el poder destilar en piedra y hormigón la esencia evocadora del movimiento sugerido.

El maestro Manuel María de Smith parece ajeno a todo eso. Su estación de Atxuri (1912) es un eslabón más dentro de la cadena de obras regionalistas que sorprenden la geografía vizcaína. El estilo vasco y montañés de la estación se transforma en puro medievalismo de estilo casi militar con las pequeñas ventanas, el efecto almenado y la poderosa torre. Si hay alguna construcción estática e inamovible en la historia de la arquitectura, es el castillo medieval.

La ventaja de ser un maestro como Smith es que toda la trayectoria profesional es estable y de gran calidad. A la estación de Atxuri tampoco le faltan méritos dentro de su estilo retro, pero en cuanto a capacidad evocadora para el viajero, tal vez le deje a más de uno con ganas de quedarse en casa.

Foto: wikimapia

martes, 27 de septiembre de 2011

Torres Isozaki, unas escaleras de cine

Puede que lo más destacable del conjunto urbano formado por las Torres de Isozaki (2007) sea su amplia escalinata, un elemento que no es arquitectura en sentido estricto. Y cuando la anécdota o la parte superan al todo, la sensación de oportunidad perdida es inevitable.

Los ingredientes para haber logrado una obra de gran simbolismo están ahí, los dos bloques de vidrio enmarcan una escalinata que enlaza los altos de Mazarredo con el muelle de Uribitarte. Recuerda la escalera que aparece en El Acorazado Potemkin de Eisenstein, que conecta una zona ajardinada de la ciudad de Odessa con los muelles del Mar Negro. Reconforta además la ausencia de las implacables bayonetas zaristas empujando al pueblo ruso hacia el mar.

Arata Isozaki e Iñaki Aurrekoetxea emplean unos volúmenes maclados en la mitad inferior de las torres con la intención de añadir algo de vibración estética a sus desnudos monolitos de cristal. El efecto pirotécnico de este artificio desaparece pronto pero la humareda creada enturbia lo que podían haber sido dos jambas magníficas, limpias y relucientes para la gran escalinata.

Las Torres de Isozaki simbolizan o esbozan una puerta, un punto de entrada inverosímil a la ciudad y la pasarela de Calatrava también contribuye a disipar el efecto destrozando la perspectiva. El lugar idóneo para contemplar las torres es desde el lado opuesto de la ría, pero la pasarela estorba la visón del conjunto.

Esta obra arquitectónica, tal vez desnuda de algunos de sus elementos, podría haber sido evocadora, o quizá todo es intencionado, porque como decía Oscar Wilde, los mejores placeres son los que nos dejan ligeramente insatisfechos.

Torres Isozaki (Isozaki Atea)
Paseo de Uribitarte

Fotos: wikipedia

viernes, 23 de septiembre de 2011

Iglesia de San Nicolás, el sombrero de tres picos

La Iglesia de San Nicolás es el contrapunto religioso del Teatro Arriaga. Ambas ocupan los extremos del Arenal bilbaíno y frente al neobarroco montaraz del Arriaga, San Nicolás nos sosiega con su estilo barroco auténtico y crepuscular, que preludia un neoclasicismo ya inminente.

Los dos edificios lucen enormes tambores en sus cubiertas, el del teatro cubre el patio de butacas y el de la iglesia una gran cúpula semiesférica. Tenemos así dos escenarios que se enfrentan en el Arenal, uno especializado en la lírica y otro en la mística.

Pero también esta iglesia del siglo XVIII, muy bien ejecutada por Ignacio de Ibero, pudo ser un lugar de encuentro en aquel siglo de la ilustración. Los porches que la flanquean seguro que ofrecieron cobijo en los días inclementes a tratantes de ganado bien alimentados, pescadores y quizás algunos gentilhombres con sus casacas, polainas y sus sombreros de tres picos.

Algunos de aquellos hombres tal vez fueron incipientes capitanes del comercio que a lo mejor comenzaban a imaginar una ciudad.

Foto: wikimapia.org


miércoles, 21 de septiembre de 2011

La Plaza Nueva, Mediterráneo

Bilbao también puede ser una canción de Serrat. El mundo entresoñado de Joan Manuel Serrat de playas, barcas y mujeres perfumaditas de brea puede ser posible en la Plaza Nueva. En ocasiones, en eso días limpios de azul nordeste, este apacible cuadrilátero del Casco Viejo puede insinuarnos la vida de una ciudad mediterránea.

La plaza, iniciada por Silvestre Pérez y continuada por otros arquitectos hasta su finalización en 1851, refleja en sus fachadas la tranquila elegancia neoclásica de cualquier mañana de primavera.

La retórica mediterránea se acentúa con la animación de las terrazas, el verde de las palmeras y las ventanas con celosías de lamas, que buscan proteger las viviendas del un improbable sol cegador.

Algunos días la ensoñación es posible y sentados en una terraza, las cervezas saben a mar.

Foto: wikimapia.org

lunes, 19 de septiembre de 2011

Puppy, el perro del Guggenheim, David contra Goliat

Un enorme racimo de flores con forma de perro frente a un museo ultramoderno difícilmente puede ser clasificado como arquitectura. No por lo menos en el sentido tradicional de un espacio interno dentro de un conjunto de paredes. Aunque, según esta concepción cercenada de la arquitectura, tampoco lo serían los obeliscos del antiguo Egipto, y sin embargo, desde hace miles de años son la sal y la pimienta de los paisajes arquitectónicos de Luxor y Karnak.

Así, el Puppy de Jeff Koons (1992), podría ser incluido dentro del gran catálogo de arquitectura moderna que nos ofrece Bilbao. Puppy nació como un apéndice efímero de una obra gigantesca y con su pose serena y textura refrescante, ha mantenido una lucha privada contra el Guggenheim por ganarse la simpatía de bilbaínos y turistas. La piedra que ha arrojado este pequeño David ha sido el encanto, ya que como opinaba Stevenson, sin encanto una obra artística no es nada. Goliat ha sido derrotado y las fugaces flores de este cautivador perrito puede que ya hayan alcanzado gloria eterna.

Y como premio, al Puppy de Jeff Koons siempre le ofrecerá el Guggenheim, sirviéndole de fondo, el más merecido y suntuoso de los marco de hojalata.

Foto: guggenheim-bilbao.es

viernes, 16 de septiembre de 2011

Estación de metro de Sarriko, del románico al gótico

El túnel es la lengua franca de todas las tribus de metros que horadan las grandes capitales. La lógica constructiva de las bóvedas de cañón semicilíndricas, o más o menos elípticas, modela las estaciones  de todo el mundo. Lo mismo sucede en la mayoría de las creadas por Norman Foster, con alguna excepción inmortal como la de Sarriko.

El vértigo diario del metro alterna con precisión una vorágine de prisas con la calma y recogimiento de la tranquila espera en los andenes. El talante de cada uno nos lleva al diálogo o a la introspección, y para ello nada mejor que el recogimiento envolvente de las bóvedas, como descubrieron hace más de mil años los maestros de obras de las iglesias románicas.

El gótico lo cambió todo, nos pasó de una religión pegada al suelo, a la elevación física y espiritual de los arcos ojivales. La luz y las vidrieras sustituyeron a la oscuridad y a las opresivas pinturas románicas.  Ese pequeño milagro también ocurre en la estación de Sarriko.

Los andenes como las naves de una catedral, la altura, la luz. El espacio entre el recogimiento ensimismado y la mística, es mínimo en Sarriko. Y a diferencia de las antiguas catedrales, donde la elevación del espíritu era solo una metáfora, en Sarriko disponemos, gracias a Norman Foster, de una interminable escalera mecánica que se eleva hacia los cielos y hacia la luz.

Cuando el rumor de los trenes desaparece en las profundidades de los túneles y el silencio se apodera de la estación, a veces nos parece escuchar una misa de Johann Sebastian Bach, o tal vez, la Escalera al Cielo de los nunca olvidados Led Zeppelin.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Viviendas en Iparraguirre – Licenciado Poza, el lenguaje secreto de las torres

La diferencia de Bilbao frente a otras ciudades más meridionales es que el paseante ocioso puede mirar hacia arriba sin miedo a sentirse cegado por el sol. Así, si superamos la irritación de los cielos turbios podremos disfrutar de uno de los mejores regalos arquitectónicos que nos ofrece el ensanche bilbaíno.

Los años treinta del siglo pasado propiciaron un universo de torres en esquina que nos cuentan historias o nos sugieren paisajes. Es difícil que nos dejen indiferentes y la torre del edificio de viviendas de Iparraguirre esquina con Licenciado Poza es un ejemplo provechoso.

Los motivos de evocación maya son un argumento a veces utilizado por los artesanos del Art Deco, y en esta ocasión la nítida silueta de la torre con sus estilizados y amenazantes águilas en las esquinas nos hacen echar de menos al ilustrador Frederick Catherwood, que a mediados del siglo XIX redescubrió la civilización maya junto con John L. Stephens y publicó una maravillosa colección de litografías. Cualquier dibujo suyo de está torre hubiera podido ser mucho mas sugerente que la fría imagen de una fotografía.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Teatro Arriaga, arquitectura en su punto

Dicen que la vida imita al arte, y el arte suele imitar a lo que tiene más a mano, en ocasiones, ese modelo es la repostería. El Teatro Arriaga de Joaquín de Rucoba (1890) entronca con una gran tradición decimonónica de repostería fina que ha repartido esplendidas tartas en forma de óperas y teatros por todas las antiguas capitales centro europeas.

La receta es simple, y suele consistir en una peana más o menos elaborada sobre la que se construye un merengue neobarroco, con una mayor o menor profusión de figuritas según los países o los temperamentos. El Teatro Arriaga nos confirma que Bilbao también dispuso a finales del XIX del talento de una gran generación de albañiles diestros en el uso de la paleta, la llana y la manga pastelera.

La obra de Rucoba se ajusta al canon y no desentona con otras aún más grandes y pretenciosas que abarrotan las estanterías de esta gran confitería que es la vieja Europa. Bilbao puede estar orgullosa de ser otra vez, quizá algo más que un pálido reflejo de París.

Hoy; Teatro Arriaga, Bon Appetit!

Teatro Arriaga
Plaza de Arriaga – El Arenal

Foto: Wikipedia

domingo, 4 de septiembre de 2011

Edificio Idom, la ventana indiscreta

La nueva sede de la empresa de ingeniería Idom se acaba de incorporar a los paisajes de Bilbao. El arquitecto Javier Pérez Uribarri ha imaginado un funcional bloque de vidrio encorsetado en un armazón de lamas verdes.

Es fácil sospechar que la verdadera naturaleza del edificio sea hacia dentro, oculta al viandante, más como una máquina precisa y eficaz, que seguro que los empleados de la compañía aprenderán a estimar, o quizá a detestar.

Pero al humilde peatón aún le queda el resultado estético de las lamas verdes. Las multinacionales del conocimiento como Idom cotizan más por lo que saben que por el valor contable de sus activos. Por eso, las lamas de esta enorme persiana que la envuelve a lo mejor no son una metáfora gratuita. Esta persiana podría servir para proteger del sol, algo que podemos descartar en Bilbao por improbable, o para ocultar algo, ya sean nuestros pecados como en la mayoría de hogares del sur de la Europa católica, o la preciada información de esta influyente empresa. 

Los secretos puede que no permanezcan siempre ocultos porque las aberturas en las lamas parecen hechas por un gigante, que deseoso de curiosear el interior, ha separado las lamas con dos dedos enormes y apoya además su otra mano en las demás lamas comprimiéndolas aún más. O puede que el arquitecto, inquieto ante una posible acusación de monotonía por la fachada de lamas, haya decido romper el ritmo horizontal con la esperanza de aderezar y alegrar el resultado final.  

Las personas que posean alguna familiaridad con la lógica abrasiva de este tipo de multinacionales, tal vez se planteen si los huecos en las lamas no se habrán hecho desde el interior, por unos becarios ansiando libertad.

Edificio Idom
Zarandoa 23, San Ignacio

sábado, 3 de septiembre de 2011

Delegación de Hacienda, la defensa numantina

Puede que uno de los propósitos más antiguos de la arquitectura haya sido el de infundir temor. La tribu, después de conseguir un techo bajo el que cobijarse y una muralla tras la cual defenderse, urdió los métodos de amedrantar a sus enemigos con el uso ingenioso o prepotente de las formas. Hace 3000 años, los asirios ya dominaban esta manera de hacer política en piedra, cuando abandonaban y amedrentaban durante horas a los embajadores de los países vecinos en enormes salas saturadas de terribles bajorrelieves, que cantaban las increíbles victorias de unos reyes asirios invencibles. Desde entonces, la técnicas no han mejorado, pero si se han vuelto más sutiles.

El fascismo, como todos los totalitarismos, ha favorecido siempre la política del miedo. Y eso se ha trasladado inevitablemente a sus variadas arquitecturas. En la Plaza de Federico Moyúa tenemos un fantástico ejemplar de edifico intimidante.

La delegación de hacienda de Antonino Zobaran (1943) combina dos poderosas fuerzas, el totalitarismo y los tributos, y el edificio aún puede suscitar sentimientos inquietantes pese a que los vaivenes del tiempo, la política y los impuestos han ido diluyendo su carga emocional.

Visto de frente, el edifico nos disminuye y atosiga con sus rotundas esquinas a modo de bastiones que culminan con el imponente escudo de la cubierta. La brutalidad del orden de pilastras difícilmente entronca con el clasicismo más acogedor, y si nos arroja en cambio contra la sólida eficiencia burocrática.

Los primeros años cuarenta fueron muy duros para todas las partes que los vivieron, también para el joven régimen franquista. Tal vez las casamatas bunkerizadas de la azotea, en caso de un alzamiento y contraataque de las fuerzas democráticas, pudieran haber sido la última línea de defensa para el negociado de impuestos indirectos.