Los años treinta fueran una década para el olvido, triste corolario de la crisis de 1929, y feroz ensayo de lo que luego sucedió en los cuarenta. Pero esos años broncos fueron también triunfales para la arquitectura del ensanche, con una sucesión de obras magníficas producidas por la mejor generación de arquitectos que ha conocido Bilbao.
Cuando el talento y la creatividad, como a veces el amor, están en el ambiente, hasta los encargos más anodinos muestran inspiración. Una sencilla medianera en la Alameda de Urquijo permite recrear a Anastasio Arguinzóniz (1934) un juego de volúmenes curvos y líneas horizontales que insinúan movimiento y dirección, frente la estatismo de las fachadas colindantes.
El acrisolado y simple racionalismo de este edificio, como tantos otros de su estilo, no necesita sucumbir a la erótica del diseño para ofrecernos la emoción más pura que puede dar la arquitectura, la elegancia.
Edificio de viviendas
Alameda de Urquijo 54