Le Corbusier, el gran arquitecto “pop” del racionalismo, definió en alguna ocasión la casa como una máquina de vivir; la nueva clínica del IMQ tal nos lleve a preguntarnos si existe también una arquitectura para curar.
El aspecto limpio y bruñido de la obra de los arquitectos Carlos Ferrater, Alfonso Casares y Luis Domínguez nos recuerda a esas máquinas médicas de poderosa tecnología alemana que adornan y quizás justifican los mejores hospitales del mundo. Los múltiples pilares de las partes bajas del edificio imponen un ritmo trepidante e higiénico donde casi podemos imaginar a los pacientes desplazados por una cinta transportadora en una interminable sucesión de pruebas, señales luminosas y códigos de barras. Solo las líneas horizontales del cuerpo central de la clínica parecen ofrecer algo de reposo. Pero las agudas y erizadas esquinas acaban alejando cualquier posibilidad de sosiego.
Puede que la medicina del futuro sea así, rápida y eficaz como este edificio, pero también incapaz de conjugar el verbo convalecer, esa parte de la curación que antes era un arte y no es mucho más que paseos en zapatillas y bata de cuadros, luz, algo de conversación y el verde de una planta.
Foto: Imq